martes, 11 de septiembre de 2007

Al límite

El último fin de semana la pasé en mi casa en Sullana, y fui a mi tierra natal con una gran tristeza que aún no logro superar.
El sol sullanero brilló tanto aquel domingo que llegó a calentar mi cabeza hasta ocasionarme un leve dolor.
Aquella tarde te llamé, y comprendí (después de tantas palabras sabias de mamá) que no intentas mover siquiera tus labios para cambiar el rumbo de las cosas.
La tristeza -o derrepente una rabia mal llevada- que en este caso no es mala porque me hace comprender con mayor luz que todo tiene un fin (y el nuestro está cerca), se apoderó de mí. Amar con el corazón en el cerebro, y el cerebro en el corazón es mucho más nocivo, porque te ayuda a visualizar imágenes que ya no son más una falacia, o algún espejismo lejano en pleno desierto, que lo anhelas con el alma cuando se mendiga por un poco de agua para opacar la sed incrustada en tu garganta que no te deja respirar.
De ahora en adelanté estaré bien, no prometo sonreír mañana pero si en la brevedad hasta que las medicinas que estoy ingiriendo hagan su efecto, y de aquella forma sabré que el tratamiento llegó a su fin, para darme una oportunidad de brillar de nuevo.

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