sábado, 11 de octubre de 2008



Es tan frustrante, que me puede sacar del quicio, enfrentarme sobre un papel en blanco, en este caso una nueva ventana de escritura, y no poder siquiera empezar a tipear. Confieso: no sé qué escribir -creo que estoy falta de creatividad- y debo rodearme de nuevas experiencias para poderlas contar.

Y es precisamente aquello lo que he estado haciendo de un tiempo para acá, sin lograr concentrarme en lo que realmente necesito expresar. Tengo mucho ruido en mi cabeza, y una gran contaminación sonora que no me deja separar lo importante de la simple basura.

De lo único que me conforta, es mi faceta de estudiante. Llenarme de responsabilidad y obligaciones hace que me centre en mis objetivos sin desviarme de lo que quiero lograr. Saber que en un año seré una Comunicadora Social, especializada en audiovisuales además de seguir estudiando teatro es una de mis pasiones y quiero hacerlo bien.
Asistir a mis clases de teatro, leer mi texto y ensayar en grupo o personalmente me da una gran estabilidad, que me asusta muchas veces, y permite que todas mis preocupaciones se disuelvan. No puedo decir a ciencia cierta desde cuándo mi interés por aquel arte, pero lo que si recuerdo es que aprovechaba la mínima oportunidad para entrar en la habitación de mi mamá cuando ella no se encontraba; y así a puerta cerrada poder calzar en sus tacos, llenarme el rostro de maquillaje, vestir sus prendas y crear, crear y crear muchas historias mágicas mirándome frente al gran espejo de su tocador.

Podía ser desde la princesa dueña de un gran imperio, llena de ambición, maldad, bondad, ingenuidad o ternura, que come la manzana envenenada de una bruja disfrazada de anciana, o talvez la adolescente que duerme cien años, hasta que su amado llegue a rescatarla o en el peor de los casos la sirvienta llena de cenizas que espera a su hada madrina para asistir a la gran fiesta del palacio; y por último también podía interpretar la antagonista de alguna historia gánster y convertirme en la mafiosa asesina. Aquello lo hacía todas las tardes, después del colegio y después de almorzar, todos los fines de semana- por la noche -cuando mis papás iban a fiestas, o cuando estaba en mi cama ya muy cansada y me quedaba dormida con algún diálogo inventado en mis labios y escenas que creaba y recreaba en mi cabeza. En muchas ocasiones me convertí en la directora de mis propias historias, organizaba y dirigía a mi jóvenes actores: mis hermanas menores y alguna prima que se interesará en mis juegos. Y era feliz, y sigo siendo feliz. De lo que estoy absolutamente segura es que nunca quiero dejar de crear, jugar y seguir siendo feliz a mi modo.
Ya no me preocupa mucho la idea saber con quién estaré a los 25 años, aunque algunas veces cuando estoy ociosa o depre me pongo a pensar en mis amores y me entristece saber que mi vida íntima no funcione tan bien como el teatro, o como el resto- de mi familia- desea que funcione para mí. Y me enloquece esperar a un hombre que en dos años, hasta el momento no logra decidir luchar por mí. Cuando entro en aquél estado de angustia prefiero leer, escribir, imaginar, ir al cine o ver televisión. Por ahora dejo de escribir para quedarme con la felicidad del párrafo anterior, y seguir creyendo en el teatro, que puede cambiar el mundo con imaginación, creatividad y pasión.